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Autoboicot

La rutina agobiante, los amaneceres cálidos del verano, el uso incorrecto de los tiempos verbales. Una noche cualquiera, al azar, estoy escribiendo sobre el maravilloso espacio que me brinda la imaginación. Espacio donde los pensamientos escupen realidad. Ya no soy la niña de ayer, la que soñaba con banalidad e iluminación. Los pies en la tierra y gritar. Las limitaciones de plasmar lo que pasa por mi mente. Resucitar, una y otra vez, todo lo que haga falta. Morir, regresar y reflexionar. Repensar hasta el hastío, decir basta. Circularidad, porque me exige la cabeza, y también mi cuerpo, mi viejo cuerpo, ya cansado de tanta toxicidad pero aun continua y pide más. Por todas aquellas veces que escribí y callé, silenciarme es siempre la opción más rápida. Permanecer quieta, lagrimeando y mirar al techo, rogando que ese amanecer, el del verano, vuelva con su rutina, imponiendo los límites porque sino mi mente también lo hará. Hasta acá, hasta acá.

El despertar por Alejandra Pizarnik

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Señor la jaula se ha vuelto pájaro y se ha volado y mi corazón está loco porque aulla a la muerte y sonríe detrás del viento a mis delirios Qué haré con el miedo Qué haré con el miedo Ya no baila la luz en mi sonrisa ni las estaciones queman palomas en mis ideas Mis manos se han desnudado y se han ido donde la muerte enseña a vivir a los muertos Señor el aire me castiga el ser Detrás del aire hay monstruos que beben de mi sangre Es el desastre Es la hora del vacío no vacío Es el instante de poner cerrojo a los labios oír a los condenados gritar contemplar a cada uno de mis nombres ahorcados en la nada (...) Señor Arroja los féretros de mi sangre Recuerdo mi niñez cuando yo era una anciana Las flores morían en mis manos porque la danza salvaje de la alegría les destruía el corazón Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos Señor La jaula se ha vuelto pájaro y ha devorado mis esperanzas Señor La j...

Agosto del 19

Me prometí dejar de llorar algún día. Fracasé ante tal absurdo. Corrí, busqué indefinidamente ese día, no lo encontré. Me moví más rápido que el tránsito, pero me agoté fácilmente. Dejé que mi cuerpo vuele con la brisa de las 6 a.m, el reloj nunca dio esa hora. No comí por días. Las breves horas de sueño eran un continuo de escenas metatextuales, metacotidianas, autoplagio, reflejo de mi inalcazable búsqueda. El día en que ya no llore más , pensaba. Una y mil veces. Fijé   los ojos en las las nubes, las perseguí hasta el horizonte. De repente, un borde visual. Hasta ahí.   Sin aliento y fuerzas, volví al punto de partida y lloré. Las lagrimitas se agolparon en el párpado inferior, amenazando con invadir mi rostro.