Agosto del 19
Me prometí dejar de llorar algún día. Fracasé ante tal
absurdo. Corrí, busqué indefinidamente ese día, no lo encontré. Me moví más
rápido que el tránsito, pero me agoté fácilmente. Dejé que mi cuerpo vuele con
la brisa de las 6 a.m, el reloj nunca dio esa hora. No comí por días. Las
breves horas de sueño eran un continuo de escenas metatextuales,
metacotidianas, autoplagio, reflejo de mi inalcazable búsqueda. El día en que
ya no llore más, pensaba. Una y mil veces. Fijé los ojos en las las nubes, las perseguí hasta
el horizonte. De repente, un borde visual. Hasta ahí. Sin aliento y fuerzas, volví al punto de
partida y lloré. Las lagrimitas se agolparon en el párpado inferior, amenazando
con invadir mi rostro.
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